Sendero Bunkuany Tayrona: una experiencia de dos días en el Corazón del Mundo
- David Roa Martin
- 9 abr
- 4 Min. de lectura
El sendero Bunkuany conduce a un conjunto de terrazas arqueológicas similares a las de Ciudad Perdida/Teyuna. Estas formaban parte de un asentamiento tairona con funciones habitacionales, ceremoniales y agrícolas, y hoy en día son sitios sagrados de peregrinación para distintos pueblos indígenas que habitan este territorio. Estas construcciones milenarias están interconectadas por caminos empedrados que atraviesan la selva, permitiendo descubrir no solo la tradición y el legado de los pueblos originarios del Corazón del Mundo, sino también el espectacular entorno natural de los paisajes de la Sierra Nevada de Santa Marta.
A diferencia de Ciudad Perdida —donde llegar al circuito arqueológico toma al menos dos días de caminata (más los días de regreso)—, el Sendero Bunkuany puede recorrerse tanto en un solo día como en una travesía más extensa de hasta cuatro días, con la posibilidad (grandiosa, por cierto) de finalizar en las playas del Parque Tayrona.
Tuve la oportunidad de hacer la experiencia en un par de días: visité las míticas terrazas, pero tamibén participé en proyectos de agroturismo desarrollados por campesinos locales, conocí un bonito hotel atravesado por un río entre las montañas, interactué con los Koguis de la comunidad Teiku en Calabazo —ya dentro del Parque Tayrona— y admiré la fauna y flora local, todo ambientado por las maravillosas vistas de la Sierra.
Día 1: En busca de la conexión
La aventura comenzó temprano, sobre las 7:00 a.m., saliendo desde Santa Marta en un 4x4 hacia la población de Bonda, una región cargada de historia. En el camino visitamos una antigua capilla y nuestro anfitrión local nos compartió historias de este pueblito, históricamente un punto de conexión entre la ciudad y la Sierra.

Continuamos por carreteras rurales —por donde solo pasa un buen 4x4— hasta llegar a las Piedras de Donama, un sitio sagrado reconocido por su misticismo y belleza natural. Allí, además de una explicación histórica, hicimos un pequeño ritual de entrada. Aún conservo, varios meses después, una de las promesas hechas ese día atada a mi mano izquierda. Un gesto sencillo que terminó dándole significado, trascendencia y continuidad a lo manifestado en ese lugar, y que fue mi primer punto de conexión con la espiritualidad y la tradición indígena de la zona.

Unos 40 minutos después, bajamos del carro y comenzamos la caminata por la estación de Boquerón hasta un mirador, desde donde la vista de las montañas ya era espectacular. Caminamos por corredores de bosque y fincas, viendo pájaros, algunas serpientes, ranas... también entramos a saludar a unos campesinos que estaban recolectando café para el beneficio.
Luego de unas 1.5 horas de caminata (6 km, con 145 m de ascenso y 382 de descenso), llegamos a las terrazas de Bunkuany. Exploramos los muros de conexión antiguos, los sitios de ofrenda que aún conservan su significado para las comunidades indígenas, y disfrutamos la tranquilidad del paisaje. Después bajamos unos metros más hasta una finca con una vista privilegiada sobre las montañas: el lugar perfecto para almorzar.
Luego del almuerzo y un cafecito, continuamos hacia la finca La Playita. Allí, una familia ha iniciado un bonito proyecto de agroturismo que conoceríamos mejor al día siguiente. Esa tarde cerramos la jornada compartiendo experiencias, y pasamos la noche en una acogedora cabaña rústica desde donde se escuchaba el río, que fluía a unos pocos metros.
Día 2: Del colmenar a Teiku — un viaje entre lo natural y lo espiritual
Nos levantamos temprano, tomamos café y desayunamos mientras el sol iluminaba lentamente las montañas cercanas. Luego comenzó una actividad fascinante: la apicultura. Nos pusimos trajes de apicultores y fuimos a las colmenas para aprender sobre el proceso de cosecha de miel, el mundo de las abejas y su importancia para el equilibrio del ecosistema. Fue una actividad educativa y muy interesante. A través de este proyecto, la familia anfitriona contribuye a la restauración de las poblaciones de abejas y a la polinización, un proceso fundamental para la biodiversidad.
Después recorrimos los cultivos, estanques de peces y criaderos de gallinas, conociendo más sobre las prácticas sostenibles de producción rural. Aprovechamos también para bajar al río y darnos un refrescante baño, disfrutando de las cascadas y de unas piedras blancas gigantes que, como diría García Márquez, parecían “huevos prehistóricos”.
Salimos de La Playita por un sendero de aproximadamente dos horas a través de montañas y fincas, disfrutando vistas impresionantes del río Piedras y los paisajes de la Sierra Nevada, hasta llegar al hotel Madreselva. Este ofrece cabañas cómodas y bonitas, rodeadas de naturaleza y atravesadas por el río, creando un ambiente único. Allí almorzamos y salimos en vehículo hacia la última parte de la excursión.

Luego de unos 40 minutos de trayecto, llegamos al Parque Tayrona por el sector de Calabazo. Desde allí comienza un ascenso de unos 300 m, recorriendo 3.5 km (aproximadamente 1.5 horas caminando) hasta el poblado Kogui de Teiku. Esta vez, por estar ya cortos de tiempo, hicimos el recorrido en mototaxi desde la entrada del parque.
Al llegar a Teiku, tuvimos un encuentro con un líder indígena que nos dio un recorrido por el pueblo. Conocimos sus casas tradicionales, su forma de vida, cultivos, plantas sagradas y sitios ceremoniales. Finalizamos con un ritual de pagamento, como agradecimiento y protección, y emprendimos el camino de regreso, que nos regaló la posibilidad de disfrutar varias vistas de los picos nevados de la Sierra.
El recorrido culminó de nuevo en Calabazo, desde donde tomamos el vehículo de regreso a Santa Marta. Sin embargo, también es posible extender la experiencia un día más y finalizar en las playas de Arrecifes, dentro del Parque Tayrona.
Lo que más me gustó de esta excursión fue la autenticidad. Al estar fuera de las rutas tradicionales (no encontramos turistas en todo el camino, salvo un par de huéspedes en el hotel Madreselva y unos chicos visitando Teiku), la posibilidad de contemplar los paisajes en silencio, escuchar la naturaleza y conectar introspectivamente con la magia y la energía del lugar fue única.
Nuestros guías y anfitriones locales fueron fabulosos: personas que no solo conocen el territorio y lo han caminado por décadas, sino que transmiten con fuerza la intensidad espiritual, cultural y ancestral de los pueblos que han habitado estas tierras. Todo esto está plasmado en las terrazas, los muros y las piedras talladas… pero sobre todo se siente en la energía del aire y en la atmósfera sagrada del mítico territorio de la Sierra Nevada de Santa Marta.
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